domingo, 24 de noviembre de 2019

EL ARTE DEL COLLAGE EN LA ARQUITECTURA

El arte del collage en la arquitectura 



El collage es la confluencia de un estado de la civilización y uno biográfico. “El collage es pobre. Durante mucho tiempo se seguirá negando su valor. Se tiene por reproducible a discreción. Todo el mundo cree que puede hacerlo”, decía Louis Aragón. Desgraciadamente nada es fácil en el campo de la forma.


El collage sabe de un mundo demasiado anciano como para producir verdaderas novedades, por eso para el bricoleur, que es al autor de este trabajo para Levi Strauss, sólo cabe la opción de hablar a través de la forma ya usada y despreciada. El mundo del collage es el de la pos-producción (más que el de la posmodernidad). El “copy-paste”, los links en la red y el sampling son sus parientes cotidianos; la cita, el homenaje y la copia, los egregios.


El collage es para la arquitectura una de las estrategias fundamentales de su pensamiento. Por eso el aprovechar fragmentos de otras arquitecturas ha dependido no solamente de la escasez de los medios disponibles sino de un especial temperamento. El empleo de fragmentos robados y formas intrusas ha supuesto una verdadera fuente de vitalidad. La mezquita de Córdoba, ya un collage por si mismo por el trabajo de reciclaje de sus formas y capiteles, se revitaliza con la inclusión de una catedral en su seno. Otro tanto cabría decir de El palazzo de Té, de Giulio Romano, donde la colisión de fragmentos del renacimiento adquiere una nueva lógica gracias al mérito de su disposición alterada…La lista no es infinita, tampoco precaria.


Hoy, en un momento histórico donde la arquitectura concentra todo su ser en el encuentro sublime, el collage se muestra como detalle de primera magnitud. Un trabajo que no depende, al contrario de lo que se cree, del simple pegamento o las tijeras, sino del criterio y la sabiduría del que recorta. En realidad el pensamiento de la arquitectura es fragmentario y la ilusión de unidad siempre se ha logrado por mecanismos artificiales y forzados.


El golpe de las tijeras está siempre presente y es por siempre una herida abierta. Por eso mismo sin el collage no puede entenderse la vitalidad de la obra de Koolhaas, del último Le Corbusier, ni de Lubetkin, Sostres o Gehry. Tampoco el porqué de sus desacuerdos ni la mezcla de ese aire de ancianidad y de renovado optimismo que adquieren muchos proyectos de la modernidad, a pesar de la falta de novedades que aparentemente contienen.


A estas alturas de la civilización, donde lo roto y fragmentario no ha encontrado nada que lo mantenga unido, donde ni la ciencia ni la filosofía han dado con un sistema unitario y coherente, tan sólo las figuras de Schwitters, Tinguely y Duchamp nos escoltan iluminando con sus obras hacia ese lugar demasiado lleno de oscuridad que es el futuro. En este panorama, el collage es de las pocas estrategias que mantiene inagotado el optimismo de la arquitectura.

El collage es la confluencia de un estado de la civilización y uno biográfico. “El collage es pobre. Durante mucho tiempo se seguirá negando su valor. Se tiene por reproducible a discreción. Todo el mundo cree que puede hacerlo”, decía Louis Aragón. Desgraciadamente nada es fácil en el campo de la forma.

El collage sabe de un mundo demasiado anciano como para producir verdaderas novedades, por eso para el bricoleur, que es al autor de este trabajo para Levi Strauss, sólo cabe la opción de hablar a través de la forma ya usada y despreciada. El mundo del collage es el de la pos-producción (más que el de la posmodernidad). El “copy-paste”, los links en la red y el sampling son sus parientes cotidianos; la cita, el homenaje y la copia, los egregios.


El collage es para la arquitectura una de las estrategias fundamentales de su pensamiento. Por eso el aprovechar fragmentos de otras arquitecturas ha dependido no solamente de la escasez de los medios disponibles sino de un especial temperamento. El empleo de fragmentos robados y formas intrusas ha supuesto una verdadera fuente de vitalidad. La mezquita de Córdoba, ya un collage por si mismo por el trabajo de reciclaje de sus formas y capiteles, se revitaliza con la inclusión de una catedral en su seno. Otro tanto cabría decir de El palazzo de Té, de Giulio Romano, donde la colisión de fragmentos del renacimiento adquiere una nueva lógica gracias al mérito de su disposición alterada…La lista no es infinita, tampoco precaria.


Hoy, en un momento histórico donde la arquitectura concentra todo su ser en el encuentro sublime, el collage se muestra como detalle de primera magnitud. Un trabajo que no depende, al contrario de lo que se cree, del simple pegamento o las tijeras, sino del criterio y la sabiduría del que recorta. En realidad el pensamiento de la arquitectura es fragmentario y la ilusión de unidad siempre se ha logrado por mecanismos artificiales y forzados.


El golpe de las tijeras está siempre presente y es por siempre una herida abierta. Por eso mismo sin el collage no puede entenderse la vitalidad de la obra de Koolhaas, del último Le Corbusier, ni de Lubetkin, Sostres o Gehry. Tampoco el porqué de sus desacuerdos ni la mezcla de ese aire de ancianidad y de renovado optimismo que adquieren muchos proyectos de la modernidad, a pesar de la falta de novedades que aparentemente contienen.


A estas alturas de la civilización, donde lo roto y fragmentario no ha encontrado nada que lo mantenga unido, donde ni la ciencia ni la filosofía han dado con un sistema unitario y coherente, tan sólo las figuras de Schwitters, Tinguely y Duchamp nos escoltan iluminando con sus obras hacia ese lugar demasiado lleno de oscuridad que es el futuro. En este panorama, el collage es de las pocas estrategias que mantiene inagotado el optimismo de la arquitectura.














Actualmente, Francisca Pageo (1983), artista murciana también conocida como Missoaq, ha hecho del collage su medio de expresión (aunque con una cámara fotográfica o un móvil con buena resolución consigue demostrar que el collage no es el único medio en que se mueve como pez en el agua). Crea bellas obras que combinan naturaleza, moda, personas y emociones. En un momento en que el collage está muy de actualidad, pocos lo hacen de forma tan minimal, limpia y elegante como ella.


Misspaq ha trabajado como collagista en el diseño de carteles y portadas de discos, como pueden ser Zahara, Lidia Guevaara…, colaboraciones en revistas de diseño, arte y cine (Mekanik copulaire, Detour, Rapporto Confidenziale…), además de participar en numerosas exposiciones individuales y colectivas, tanto nacionales como extranjeras






La forma de trabajo de Francisca es muy intuitiva, una tiene la impresión de que en el momento en que decide sentarse ante la mesa rodeada de su archivo de imágenes, tijeras y pegamento, su cabeza está lista para ver la composición final con una claridad y rapidez apabullantes. Pero bajo ese manto impulsivo, existe una persona que cuida mucho los detalles: “Soy una persona muy perfeccionista, sobre todo en lo que se refiere al trabajo. A la hora de crear necesito de cierta tranquilidad y que en el trabajo final todo goce de una perfecta armonía”.

Schmidt (1897-1978) compró cuando a penas tenia 31 años un terreno en las montañas de Catskill cerca de la ciudad de Woodstock. Desde que se asentó en aquellas montañas comenzó una actividad artística muy alejada de la ortodoxia predominante; desarrolló su propia idea de la creatividad. Para algunos, arquitecto intruso; abuelo hippie para otros, viejo loco… muchos son los calificativos dedicados a este creador cuyo trabajo comenzó a principios del siglo XX como cantero y escayolista. Lo cierto es que Schmidt comenzó a construir una cabaña conocida como Journey`s End; en ella ya ensayó la construcción con materiales de desecho y de poca calidad como traviesas de ferrocarril, cortezas de árbol o viejas planchas de vidrio, en esta cabaña, que vendió poco después, pasó veranos enteros durante los años 30. Posteriormente comenzó la construcción de la Casa de los Espejos mediante troncos, cortezas, ventanas de antiguos edificios, pinturas baratas, multitud de clavos oxidados, piedra del sitio y muchos otros materiales encontrados por el mismo Schmidt. Levantó su casa a lo largo de los años, la casa fue creciendo como un ser vivo, de carácter vulnerable e incompleto. Schmidt se valía de sus manos, ayudado de andamios que disponía alrededor de la casa y que posteriormente consolidaba y entraban a formar parte de este conjunto de fragilidad técnica.









La casa llegó a alcanzar 7 plantas con 35 habitaciones, todo ello conectado con multitud de galerías, porches, pasillos, excavaciones en el terreno, escaleras o pasarelas construidas a lo largo de los años con una evolución claramente centrífuga, atendiendo a los parámetros del lugar. El interior de la casa era bañado por la luz natural proveniente de las claraboyas; y ahí dentro se podía oír el sonido de la naturaleza, el viento, los pájaros… o divisar el bonito paisaje en total armonía. En 1968 la primera casa de los espejos quedó destruida por las llamas pero la volvió a construir hasta que en 1971 un nuevo incendio destruyó la nueva casa. Mientras construía la segunda vivienda, empezó a forrar de papel de plata las ramitas del bosque, creando el llamado bosque de plata.


A la pintoresca imagen que tenía la casa por su peculiar forma de construcción, se le unió la multitud de objetos que Clarence Schmidt fue colocando en el exterior y el interior de la vivienda: muñecos, cornamentas, juguetes rotos, flores de plástico, bicicletas antiguas, ramas de árbol, estampas, altares, radiadores, guitarras, ventiladores, camas viejas, neumáticos y un largo etcétera. Toda esta amalgama de objetos formaba un laberinto, unido en conjunto por una multitud de espejos dispuestos en un jerárquico caos.


Clarence Schmidt encarnaba la imagen de artista introvertido e inaccesible que creaba su arte, fruto de un enigmático mundo interior y alejado del artista mediático que expone en museos; a la vez que su obra se convirtió en un ejemplo de arquitectura insólita como las torres de Simon Rodia en Los Angeles, el Palacio Frances de Ferdinand Cheval o más recientemente La catedral de Mejorada del Campo de Justo Gallego.


Schmidt ,siempre interesante, cuyo verdadero material de trabajo no fueron todos esos despojos y sobras que acumula sin aparente criterio. Su verdadero material de trabajo son los brillos y los reflejos. Y la casa está construida con el mismo gusto que los cuervos acumulan cosas brillantes en sus nidos. Clarence Schmidt es, por tanto, una figura clave para entender las relaciones del collage y la arquitectura.







http://editorial.recolectoresurbanos.com/el-arte-del-collage-en-la-arquitectura/

 https://amanecemetropolis.net/el-collage-y-la-arquitectura/

http://www2.ual.es/RedURBS/BlogURBS/collage-y-arquitectura-la-forma-intrusa/







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